Historia privada de la fotografía, fragmentos.

Andrés León Miche
4 min readJun 27, 2020

1. Parque de vacaciones de la UTE, Minas, Lavalleja, alrededor de 1972.

Sobre un fondo oscuro, de escritorio barato, comienzan a pasar sin un orden determinado, una serie de fotografías en blanco y negro. Algo nos dice que solo nos servirán como una guía para que el texto enuncie otra cosa. Por ejemplo: la mayoría de las veces, el título será un detalle que recuerda algo borrado que inevitablemente deberá ser otra cosa, el nombre de un lugar como disparador abierto en el tiempo futuro, una fecha al costado que parece temblar pero no pasar nunca, el recorte parcial de un viaje de juventud, una o varias despedidas, uno o varios desencuentros. No entendemos demasiado que sucede, ni hacia donde se dirige la voz. En principio podríamos decir que el gesto concluye cuando nos acercamos para mirar algo y encontramos otra cosa, algo que resuena en nosotros desde otro angulo.

Demora un momento, traga saliva, piensa. Parece estar dispuesto a prestar atención, a quedar en blanco, a confundirse. Se levanta, camina, da una vuelta, vuelve a sentarse, mira cuanto queda en la taza de café. De pronto separa las imágenes con lentitud, deja un espacio entre ellas que es al mismo tiempo un recorrido y un orden impreciso. Una forma de empezar otra vez eligiendo un orden que no existe.

Es curioso, igual que su hija, siente que acaba de empezar un proceso de aprender a caminar, aprender sonidos, aprender a pensar como funciona una lengua, a descifrar una serie de procedimientos mecánicos y químicos, algo que de alguna manera ya estaba adentro suyo esperando. En este caso un proceso que consiste en escribir fotografías familiares. Es decir, intentar decir algo más allá de lo que hay sin caer en el sentimentalismo, algo más allá de lo que se muestra o queda en el dolor.

Extiende una imagen en la oscuridad, una forma se busca en otra, o se mira en otra. Algo que no puede precisar aparece bajo la luz del cuarto que es la luz del revelado. No es solamente el gesto de mirar algo nuevo en algo viejo. Ni el gusto por escribir sobre lo cerrado o lo opaco. Sobre algo que bien podría guardarse bajo la categoría archivo familiar. Hay algo metido en las imágenes que tendrá que sacarse de lugar. Puestas una detrás de otra parecen un recorte sin sentido, traídas por el desorden de mudanzas y cajones. Unas líneas que parecen fundar una voz, o querer fundar una voz, un territorio que se escapa y que debe pasar a lengua.

2. Puerto de los Olivos sobre el Río de la Plata, febrero, 1972.

Están allí piensa ahora, mirándolo, posando para el ojo que las mira y que espera la señal bajo la luz y el aire limpio. Juntas componen un silencioso desfile, apacible y sereno. Todas aparecen marcadas en el dorso con el mismo número, (dos, cero, cinco, cero, cinco ¿habrá sido el número del rollo, guardara la cifra un simple secreto de la casa del revelado?), todas parecen cumplir con el recuerdo del viaje familiar. Los días parecen iguales, los movimientos, la disposición de los lugares donde tomarse las fotos, una vaga formalidad que se rompe en los más jóvenes, que se rehuyen a mostrarse demasiado correctos, todos sonríen bajo el cielo abierto.

Están afuera ahora, riéndose, apoyados en un árbol, sentados en una hamaca, están ahí, ocupando un espacio mínimo en la amplitud del lugar, no hay música, no hay ruido de fondo, hay en cambio, demasiada luz en el obturador, un fotógrafo a veces cuidoso, a veces inexperto. Hay, apenas, unos cambios imperceptibles, una falda por un pantalón, o el pelo suelto, por el pelo recogido.

Piensa, si no estará mezclando fechas y lugares cuando las mira demasiado rápido. Tiene miedo a estropearlas, una tristeza en la voz escondida. Si en lugar de un puerto no habrá un hotel y unas vacaciones en las sierras. Si no será su madre la que tome la foto y no el fotógrafo el que mire trepado a un árbol. Por otra parte, qué sentido tendría imaginar el viaje, los viajes, torre de los ingleses, estación retiro, veintidós grados, camisa apretada, sueño recordado. A lo mejor subieron al tren y sus asientos ya estaban ocupados, a lo mejor una de las niñas perdió un prendedor que le habían regalado dejándolo en el pliego del asiento. A lo mejor se quedaron escuchando como hablaban dos chicas en japonés.

--

--