Fotograma del documental Rafael Barrett, la exigencia de lo real.

Leyendo a Rafael Barrett desde una ventana del Buceo.

Andrés León Miche
3 min readJun 17, 2020

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Dormido en un sillón del verano, me despierto con un choque de motocicletas. Dos personas han quedado tendidas en mitad de la calle. Una luna macilenta y redonda los mira, un aire limpio parece cubrirlos con suavidad. Uno de los dos ha quedado boca abajo, ha volado sobre la moto del otro diez metros hacia adelante, no conseguirá moverse por algo más de cuarenta minutos. Un rato después se levantará con ganas de pelear, el otro esquivara los golpes asustado, protegiéndose entre las personas que van llegando. El accidente acaba de suceder bajo la ventana, mientras miro la escena comienzan a sonar las sirenas de ambulancia, las luces policiales, las bocinas. Los dos se irán caminando.

Un mes antes o un mes después, el director del BPS, Ernesto Murro, defenderá la fuente de empleo que ha matado noventa personas el primer semestre de 2019. Les dirá en la cara que es lo que hay. Lo poco que saben hacer. Luego les entregará un diploma que certifica su saber en reglas de tránsito, sus derechos, y les darán un curso en primeros auxilios. Nada se dirá de la empresa de nombre imperativo que ofrece trabajo precario, sangre joven y rápida. ¿Se puede ser más cínico? Si, siempre se puede un poco más.

Desde hace tiempo, cada vez que leo la mayoría de los diarios, los titulares, noticias como esta, sucede lo mismo. Recuerdo como escribía Rafael Barrett poco más de un siglo atrás. Pero no se trata de traerlo porque si. Nuestro mundo, nuestra vida cotidiana, es definitivamente mucho peor que el poco tiempo que alguna vez vivió Rafael Barrett. Alguien que escribió con poderosa energía sobre su época y que parece ser tan necesario en la nuestra. Y necesario es quedarse corto.

Ahora mismo se discuten leyes contra los pobres. Ahora mismo se defiende el dinero. Se hacen mejores armas. Se encubren asesinos. Se siguen invadiendo países. Avanzo sobre un terreno conocido, abrazando las palabras de otro que ahora son mías. Cuanta inocencia de mi parte, ¿no?, quiero decir, ¿cuando no fueron así las cosas?. Algo de eso hay cada vez que vuelvo a los escritos de Barrett. No se puede ser tan inocente con la mirada (una inocencia que descubre todo, como si destapara todo por primera vez y ya no pudiera detenerse en la denuncia), y al mismo tiempo no se puede tener tanta pasión a la hora de escribir. Mi pasión pienso ahora, ha sido la vida pequeña, la pereza y el desgano. Mi experiencia ha sido el cine de medianoche. El vino volcado sobre los libros de poesía. La amistad nocturna y literaria. Como si eso alcanzara para alimentar la imaginación de los años. De modo que le envidio a Barrett no solo su pasión, sino también la aventura.

La experiencia de leer a Barrett un siglo después, todavía es urgente, y reclama que nos miremos de otro modo.

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