Viejas y nuevas y estúpidas llamadas telefónicas

Andrés León Miche
4 min readJun 24, 2020

Escribir rápido, pensar rápido, ¿pero para que?. Un movimiento se parece al reflejo de otro como en un juego de espejos que cae al vacío. Sigo adelante mientras entra la niebla del río, calibro la acidez y la nausea. Lo primero resulta difícil, siempre fui un amante de la lentitud y la pasión de los sillones, artefactos hechos para seres familiares de Oblómov, aquel personaje dominado por el ocio y el tedio en la Rusia de finales de siglo XIX. Lo segundo parecería un poco mas fácil, ya no bebo como antes, menos a estas horas del día que ha empezado a media mañana, con la voz de una niña y una gata que tienen hambre y sed y hacen coro.

De pronto me veo escuchando audios desagradables. Ya no hay nada que provoque un escándalo social, ni discusiones públicas entre políticos, ni enfrentamientos de talk shows entre oficialistas y detractores. Ni procesos judiciales sobre trata de menores, o escándalos morales como escuchas telefónicas, o grabaciones telefónicas ilegales, o amenazas de muerte a fiscales de turno. Ni mucho menos editoriales de prensa, o peleas entre periodistas viejos y aburridos.

Los recién llegados, los de mediana edad, los más viejos, todos o casi todos, (una generalidad pesimista e idiota dirán uds, aunque es probable que ya nadie tenga interlocutor en este universo, ni que se pueda llamar la atención para inventarlo), parecemos vivir acostumbrados al cinismo y negacionismo político. Por lo menos aquí, de este lado del río de la plata, donde nadie nada nunca alcanza para despertarnos. Apenas nos alcanza para asomar la mirada, y así nos encargamos de cuidar lo poco que tenemos, como podemos. Nadamos solos entre las miles de fotos diarias, la estupidez de las redes, la insoportable publicidad, el consumo ansioso, las cataratas de noticias, la enfermiza idea de autoestima y negocio, los feminicidios, la paranoia de la pandemia. Habitamos el desconcierto diario. Pero estar enojado o parecer enojado tampoco sirve. Salvo que el alivio sea, el recuerdo de que no hay ninguna razón mejor que otra para escribir, y al mismo tiempo, recordar porque causaba tanta adrenalina esperar llamados telefónicos, cuando no había comunicación instantánea. Hoy en día nos comunicamos todo el tiempo, obsesivamente, hasta la irritación y el aburrimiento.

Vuelvo a un par de fragmentos caprichosos de los años noventa, uno personal y otro literario. Por ejemplo: en 1997 el escritor Roberto Bolaño, que empezaba a ser conocido por un publico todavía minoritario, publicaba un libro de relatos titulado Llamadas telefónicas. Un conjunto de historias literarias, vagamente policiales, pero sobre todo literarias como casi todas las de Bolaño. Historias que refieren a los distintos tipos de problemas que a traviesan los escritores, a la sobrevivencia o la vida marginal y lumpen de los sudamericanos, o por último a una serie de vidas de mujeres y sus fracasos amorosos. Esto resumido a lo bestia, por supuesto.

En el relato que da titulo al libro, uno de los relatos más cortos de Bolaño, siempre recordé el homenaje al misterio y la locura de las relaciones telefónicas y al mismo tiempo la desesperación de B (el personaje) por encontrar de vuelta su relación con la escritura. Por un lado puede estar la sugerencia, la seducción, el encanto. Como sabemos la voz guarda un componente decididamente sexual; por otro lado está la distancia, el frío de un aparato telefónico, el inminente conflicto, la posibilidad de que el otro cuelgue en cualquier momento y ya no atienda nuestras llamadas. La posibilidad de que la escritura ya no quiera nada con nosotros. O lo que es peor, la posibilidad de que uno sea el asesino de su propia escritura. Es verdad que hay un asesinato y un juego con la idea del doble, pero nunca lo recordamos. No solo no parece ser lo importante, sino que esta hecho a propósito. Es como si Bolaño armara un chiste y una lección literaria al mismo tiempo. Solo para decirnos que no es necesario armar una trama para matar a nadie, lo que es necesario es enganchar con la palabra. Que haya algo debajo, y después algo debajo, y después algo debajo, y después algo debajo. Es decir, capas de sentido. Lo que no parecería haber en los audios filtrados estos últimos días. Audios que no vale la pena describir.

Alguna vez, a finales de los noventa, cuando ya había entrado en la adolescencia hacia rato, esperaba que una chica llamara al teléfono. Era de las cosas que más adrenalina me provocaba. Mi padre levantaba el teléfono, contestaba, me llamaba, decía su nombre y yo disfrutaba esos diez o quince minutos. A veces hablábamos más pero en general era poco. Ninguno de los dos podía hablar demasiado. No entendía que pasaba en ese momento, y hasta ahora sigo sin entender el misterio y el nerviosismo de hablar por teléfono con ciertas personas. Claro, en la adolescencia todo se exagera, todo es un drama o un amor increíble. Pero no se puede ignorar que hay algo en la voz que la saturación de cámaras y mensajes rápidos a descartado totalmente como algo viejo.

La estupidez instantánea parece guiarnos. Últimamente pienso que la idea de llevar una vida silenciosa y extraordinaria, dedicada al fracaso, está acabada. Por último, porque se hizo largo, uno de los artista que mejor representan el presente es j cornella. Los dejo en sus manos.

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